Quienes como yo, vivimos aquellos maravillosos tiempos de niños con nuestras bicicletas, sabemos la sensación de paz, libertad y aventura que podíamos sentir. Éramos pilotos experimentados a pesar de nuestra corta edad, aprendíamos cayéndonos y levantándonos, ósea error y ensayo. Solía recorrer casi toda Maracay, atravesando sus calles y avenidas pocas transitadas por vehículos entiéndase; carros, camiones o motos. El limón, las delicias, el mercado libre y hasta brisas del lago nos veía pasar soplados , íbamos impulsados por nuestra fuerza y energía juvenil. En la plaza aparecíamos rápidos y veloces y los viejito se apartaban de un brinco temerosos de ser atropellados. Jamás aporreamos a nadie lo hacíamos con cuidado a pesar de ser tan jóvenes, enamoramos a las muchachas y algunas veces hasta las paseábamos en aquellos fríos tubos de las bicis. El amor siempre estuvo rondando nuestra adolescencia al igual que ahora, la diferencia era nuestra inocencia, eran tiempos donde escuchábamos a nuestros padres y obedecíamos y respetábamos las normas, por ellos impuestas. Tiempo que se va ya no vuelve, pero también dicen que recordar es vivir. La bicicleta fue sin duda la fiel y muda compañera de nuestra infancia, en ella experimentamos la adrenalina cuando corríamos y sólo el viento era capaz de alcanzarnos. Cada día al regresar del colegio nos esperaba en un rincón, donde al tomarlas e irnos a pasear la hacíamos cómplice de nuestros amores en visitas rápidas, donde las miradas decían más que las palabras. A veces una tomada de manos y lo máximo un piquito entre muchachos y una emoción que nos recorría cuerpo y alma, en aquellos días de inocencia pura.


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