Corrían los años 60 en la Ciudad Jardín, aún las calles de los barrios eran de tierra y el alumbrado era escaso. En Santa Rosa nuestra parroquia los vecinos éramos muy unidos, compartíamos las risas y los llantos por igual. Algo que suelo recordar era cuando moría un familiar o algún vecino o amigo, de inmediato venía el velorio que para entonces se hacían en la casa del difunto. Mamá solía llevarnos y debíamos darle las condolencias, a los familiares comportarnos con mucha solemnidad y respeto. Eso por supuesto sucedía por un rato, luego nos reuníamos con los otros muchachos del barrio para jugar al escondido, o jugar la ere. A veces los velatorios eran en otros barrios y solíamos venirnos a media noche saltando charcos y esquivando barriales. Una noche serian como las 11 y había llovido bastante, recuerdo veníamos del velorio del tío Santos, las calles a esa hora estaban vacías y de repente se nos pego detrás de nosotros una figura alta que vestía de negro. La carrera que dimos fue grande pero mi mamá y mis hermanas habían quedado retrasadas, por lo que al devolvernos lo hicimos lanzándole piedras al supuesto ESPANTO. Lo que a continuación pasó fue increíble, el espectro se nos apareció de nuevo, pero esta vez estaba al frente de un pequeño puente de hierro, que debíamos cruzar para llegar a casa. Entonces mi mamá nos reunió cerca de ella y nos ordenó repitiéramos las oraciones que ella diría, al instante comenzó a recitar de viva voz. Temblando avanzamos por aquella oscurana, para sorpresa de todos el ESPANTO se había marchado y de inmediato pasamos el estrecho puentecito para llegar a casa. Así como este episodio nos ocurrieron otros, siempre con el amor y con la oración logramos superar cada momento donde la maldad trató de asustarnos.


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