Me contaba la comadre Juanita Moya habitante de los guácimos, que desde que murió su vecino un doncito de nombre Aurelio no tiene paz. EL compadre Julián su marido dice que son puras ideas de la mujer, que era algún animal que de noche se metía a la letrina y pelaba los ojotes. Pero la comadre sirviéndome un guayoyito me hace mueca que eso no es así, le digo que hable libremente y sin tapujos sobre el asunto. Esta me comenta que el difunto siempre la miro con ojos maliciosos, como de lujuria y hasta llegó a proponerle una vaca vieja a cambio de unos arrumacos de viejo. El compadre molesto le reclama el porque nunca le contó del caso, ella Atina a decirle gua pa evitar un conflicto o un brollo total era sólo un anciano morboso. El caso dice Juanita es que la otra noche como a las nueve y piquito fui a hecha una orinaita compa, cuando me bajo la bluma y me agachó, Ave María Purísima vi unos ojos rojos como candela, que me miraban y mientras me ponía en pie pude escucha clarito como lo estoy oyendo a usted. Juanita volví y te estoy aguaitando toitica, carache compae la carrera que pegue fue tal que hasta las chanclas bote en el camino. Persignándonos los tres nos vimos con asombro, Bendito sea Dios replicó el compadre. Desde entonces ya no salgo pa fuera de noche ni de vaina compae, entonces fue que me enteré que el vecino fue encontrado muerto, en su chinchorro y lo encontraron por la fetidez que salía de aquella casa. Desde entonces los perros del lugar apenas cae la oscuridad comienzan a ladrar y aullar de manera que les para los pelos de punta al más guapo. Le sugerí traer al sacerdote del Chaparro para que haga misa y riegue agua bendita en aquella casa abandonada. Esa noche fui testigo de como los perros aullaron toda la noche y desde entonces no he visitado más a los compadres.



 
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