La Anciana y el Entierro

Esta historia la recogí en el caserío San Pablo antes de llegar a Onoto, resulta que cada noche en la pata de la Ceiba que está en la orilla de la carretera negra, se dejaba ver una viejita vestida con harapos y pidiendo de comer. La gente le sacaba el cuerpo pues al parecer la doñita olía a tigre, además le gustaba ir de puerta en puerta pidiendo un bocado de comida. Nadie sabía de donde había venido, o donde se escondía en el día pues la miraban era ya oscureciéndito. Por supuesto por la crítica situación en el país, peor aún en los pueblos y caseríos nadie le daba ni agua. Una tardecita tocaron la puerta en la casita de Úrsula, una madre con tres niños y cuyo esposo José, era un buen hombre y siempre regresaba de su conuquito a esa hora y algo siempre le traía a su familia. Esa tarde la mujer abrió la humilde puerta, vio a la doñita que luego de saludarla le dijo tener mucha hambre. Esta le dijo no tener si no unos bollos de maíz tierno y un rolito de queso para darle a su marido, Pero el era de buen corazón y estaría de acuerdo con obsequiárselo a tan humilde anciana. La viejita paso y sentada en un taburete comió el alimento en silencio, en eso llegó el cansado esposo y Úrsula le presentó a la mujer y le contó lo sucedido. Este estuvo de acuerdo y de paso le regaló unos camburitos que traía con el, la anciana los tomo y al despedirse le dijo aquel humilde matrimonio: por lo buenos que han sido con migo al saciar mi hambre y mi sed, aún sin conocerme les daré un pequeño regalo, los esposos se vieron las caras y ambos le dijeron que no hacía falta que con su agradecimiento era más que suficiente. La anciana se acercó a ellos y les dijo: está noche cuando sean las doce, lleven una chicura y caben en la pata de la Ceiba, suyo será lo que encuentren sólo les ruego denle buen uso. Al finalizar la frase la mujer desapareció., Justo a la media noche Úrsula y José cavaron en el sitio exacto topándose con un cofre de madera, de inmediato lo llevaron a su casita, al abrirlo las morocotas y monedas de oro iluminaron sus rostros que lloraban de pura felicidad. En adelante sin duda sus vidas cambiarían para bien.



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