Villa De Cura 2 Parte

Esa tarde bajo la sombra de los Araguaneyes, cerramos los ojos y regresamos a tiempos pasados. Carolina llevaba puesto su vestido de los domingos, yo con mis pantalones de dril marrón y mi camisa azul cielo, paseábamos tomados de manos, mientras veíamos los niños sobre el carrusel de caballos blancos y negros, sonriendo sin parar mientras sus padres los saludaban y sostenían los algodones de colores. Luego fuimos a la montaña rusa y nos atrevimos hacerlo juntos, nerviosos gritábamos asustados y rezando para que no nos descarrilaramos. Al bajar chocábamos mareados, pero felices, seguíamos hacía los carros chocones, donde gozábamos como nadie, aquella experiencia extrema para dos muchachos pueblerinos. A las cinco era la hora de terminar el paseo, yo debía regresar a mi Maracay donde mi madre esperaba mi llegada. El lunes recordaba a Carolina con su sonrisa tímida y sus cabellos alborotados, luego debía esperar su carta, para volver a saber de mi noviecita de la villa. Los días pasaban sin tener noticias, luego el cartero tocaba la puerta, mamá salía a recibirla y a firmar la carpeta que daba constancia de haber sido recibida por el destinatario. Sabia que era para mi y eso reconfortaba mi alma juvenil. Esa misma tarde escribía la respuesta y al otro día la llevaba al correo en la avenida Girardot. Para esos tiempos pocos tenían acceso a los teléfonos públicos, en casa jamás hubo servicio telefónico. Luego una nueva visita a la villa o a veces ella venía a la ciudad a visitar a una tía, así fuimos creciendo y escribiendo nuestros nombres en la corteza de los árboles, dentro de un corazón atravesado con una flecha. Muchas veces juramos que nada nos separaría, pero el tiempo lo logró, luego te casaste y yo hice lo propio. Nacieron los hijos, luego los nietos y nos pusimos viejos. Al abrir nuestros ojos volvimos al presente, ambos nos miramos como antes y ella dejó escapar unas lágrimas de nostalgia.

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